Ten cada día delante de los
ojos la muerte... Epícteto.
¡Oh país de lejanas catedrales azules!
¡Cementerio desnudo bajo el cielo de témpano!
¡El mismo tu regazo de silencio y de estrellas
y las mismas tus noches espesas de murciélagos!
¿Porque lúgubre valle? ¿En busca de que orillas?
¿De que selva encantada de gnomos cenicientos?
¡Ah, ya cabe en un sueño mi mundo de infinito!
¡Ah, ya soy el milagro de la pausa en el tiempo!
Una vez me nombraban. ¿Es que no me nombraban?
Redobla una campana su muerte de jacintos.
¿Porque lúgubre valle' ¿En busca de que orillas?
Pero lo que redobla, ¿es muerte o es delirio?
Diría de mis noches letárgicas de piedra
o de la inhabitable pureza de la llama,
cuando yo no sabía de pájaros y flores
ni moldeaban mi cauce los tallos de las lianas.
Nombraría carbones de antiguos vegetales
y fósiles helechos y selvas de coral
y los húmedos duendes que roen los estratos
y lamen las orillas con sus lenguas de sal.
Los peces de albos ojos de las negras comarcas,
los hongos de topacio, las naves medievales;
sus púlpitos azules, sus bóvedas musgosas,
sus órganos feéricos, sus mónacos de cales.
¿Entonces un suicida no puede ser un álamo?
Redobla una campana su muerte de palomas.
Llegaba entre tinieblas; pero siempre alejándose
y amaba los abetos y temía las sombras.
Diría capitales de muros cenicientos
y habitantes mohosos de oxidadas cavernas.
No digo salitrosas columnas conventuales,
pero digo morada para la voz de piedra.
Y también digo cielo, pero cielo distinto,
por la estrella que baja, vertical y descalza,
a soñar las mentidas leyendas musicales
del verde robador de sus siete esmeraldas.
Si no hubiera existido su paisaje estatuario,
yo podría decirte del país de la flor,
de su naturaleza numérica y distinta,
de su morir continuo por amor y dolor.
(Su paisaje, su recio paisaje desolado,
me estremeció de angustia con su sabiduría,
porque yo dialogaba con el mundo del árbol
y porque yo creía que la muerte era vida.)
Y podría decirte de mis tardes antiguas,
de eléctricas luciérnagas y de líquenes fósiles,
y llevarte por selvas de duendes nocturnales
a trazar la parábola de la piedra y el hombre.
Mi edad se perdería, cromática de limo,
por los fríos espejos del país de la noche,
donde yacen milenios de peces y medusas
y vítreos campanarios de ciudades sin voces.
¡Oh los cielos violetas, los campos abisales,
y el espectral retorno de mis flores ahogadas!
¡Entre tallos de esponjas y guirnaldas de vidrio,
dormiría letargos sollozantes de nácar!
¡Oh los cactos corales y las algas rosadas
y las multicolores amapolas remotas!
Iría en la fugaz luz de las noctículas.
Nombraría raíces aéreas y anemonias.
Y las olas. Yo muero en sucesivas olas
y nazco donde nutren sus órbitas los vientos.
No hagas partir las lunas, barquero del letargo:
tu barca se detiene después de los abetos.
¡Oh país de lejanas catedrales azules!
¡Cementerio desnudo bajo cielo de vidrio!
¿Los huesos de suicidas, las noches de sepulcros,
no moldeaban, entonces, mi tiempo y mi destino?
¿Por que siento en mi voz, los tallos de sus muertes?
¡En mi voz, en mi voz, ceniza entre las voces!
¿Que busco en las cabales moradas del olvido?
¿Desde dónde me nace mi temor a la noche?
Mi cauce no decía totalidad de fruto,
pero ya presentía los rumores del agua.
Cada vez que regresen mis pies de sus orillas,
buscadme en amapolas y cantos de cigarras.
Si no andaba mi edad por sus campos de lirios,
su despertar de bosques, sonoro de silencio,
¿porque en sus horizontes de acacias y magnolias
sorprendo familiares peldaños cenicientos?
¡Oh mi reino del agua, numérico y total,
perdido entre las sombras de limos y de abetos!
Yo buscaba en su luz mi límite en los astros,
porque el dolor del hombre ya era savia en mis huesos.
¿Pero, acaso, no existe la encina de mi angustia,
que se erguía en los fértiles valles de los milenios,
ni mi joven del cedro que se daba en amor
para que yo cumpliuera su aspiración de cielo?
¡Oh país de lejanas catedrales azules!
¡Cementerio desnudo bajo cielo de témpano!
¡El mismo tu regazo de silencio y de estrellas
y las mismas tus noches espesas de murciélagos!
¿Seré fósiles huesos, piedra estática, nada?...
¿Florecida substancia de venideras voces?...
¡Oh mi país azul, yo no sé si llamarte
día lunes del Génesis o destino del hombre!
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